The Fat Duck

De vuelta al posteo vamos a empezar con un plato fuerte… bueno, con unos 20.

El miércoles día 12 de noviembre de 2010 sobre la una de la tarde, tuve el placer de disfrutar uno de los mejores restaurantes del mundo. Según la revista «Restaurant», la más prestigiosa del sector, el tercer mejor restaurante del mundo… aunque a esas escalas todo es muy relativo. Primero porque en ese tipo de lugares ni la cocina, ni la materia prima ni el ambiente…  no son de este mundo. O al menos es difícil compararlo, salvo con restaurantes de su altura.

Antes de seguir, advierto que esto no es una nueva sección tipo «restaurantessibaritopijales», sino que supongo que a quien le guste un poco comer bien, si tiene la oportunidad de poder visitar estos museo-laboratorios gastronómicos, no creo que dudara en vivir esas aventuras. Y luego, hacerlo público o no, depende de la experiencia. Y este caso es digno de mención.

El restaurante, situado en Bray, Berkshire, está a casi una horita de Londres y como lo fue para el Bulli, el trayecto es parte de la experiencia. En él te vas haciendo un poco a la idea de que milagros de la cocina podrás llegar a experimentar. Te sientes un poco como el conejillo de indias de la cocina moderna. Y tu estómago y tus sentidos como los protagonistas de esa gran obra.

Una vez allí, sigue el cuento. Viajas por un océano de sabores, colores, texturas y aromas en el que hay que estar muy atento para no ahogarse, porque puede ser hasta peligroso. Casi unos 200 ingredientes en 5 horas de deleite, en el que cada plato es un estreno mundial para tu paladar.

Os dejo un ejemplo de ese derroche de imaginación culinaria del que contaré tres maravillas que me causaron especial impacto.

El primero, y aunque aparentemente simple, no es nada de lo que parece. Se trata de tres helados, pero de ensalada, salmón y foie. Recomiendan comerlos de izquierda a derecha. Y de izquierda a derecha pasas de delicioso a sublime.

Jelly of quail, crayfish cream (chicken liver parfait, oak moss and truffle toast).

Uno de los platos más interactivos de todo el menú. Primero te dan una lámina de roble, te la pones en el paladar y empiezas a saborearla como si fuera la corteza del arbol. Mientras, crean la neblina que llega de la mano de una tetera. No sé como, pero consiguió deslizarse por el musgo y conseguir que la mesa se transformara en el bosque. El resto del plato está a la altura del espectaculo. Capas de comida dulce, salada, crujiente y cremosa que terminas mientras se evapora la neblina.

Sound of the Sea

Y del bosque al mar. Pero no de cualquier manera. Otro viaje más implicando en este caso a otro sentido tantas veces ignorado en todos los festines. El oído. Así, mientras te sirven un plato que es una exquisitez (perdonad pero se me acaban los adjetivos), te entregan una caracola gigante con unos auriculares para poder escuchar las olas romper mientras comes. En cualquier otro lado parecería ridículo, pero en este caso no pudo ser más acertado.

Y así podría estar contando el resto de los platos, pero mejor no me alargo que es «kinda» tarde y dejo que el resto juegue con su imaginación. Os cuelgo con las fotos de algunos de ellos…

Red Cabbage Gazpacho
Salmon Poached in a Liquorice Gel

Whisk(e)y Wine Gums
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